domingo, 10 de mayo de 2009

POSA VASOS SIN BARRERAS

" POSA VASOS SIN BARRERAS "

Mis pasos dormidos me habían llevado hasta aquella mesa. Necesitaba la dosis de cafeína de rigor para acelerar un poco los despertares del caer la tarde. Por mis auriculares se enredaban notas con frases adaptables a ilimitados personajes, y a otros que como yo, transitan con esas canciones a cuestas, como lo hace el caracol que carga constantemente con su concha.

De repente me fijé en algo (cosa muy habitual en mí)... puede que por curiosidad, o tal vez por el simple hecho de marear a la indiferencia de lo que me rodea en cualquier habitáculo de ciertos metros cuadrados y botellas colgando cómo murciélagos... observé de forma poco disimulada que a dos mesas por delante de mi espacio de inspiración, unos ojos negros tatuaban miradas fijas y penetrantes con tinta endelebre. Su iris violaba la intimidad de él, atravesándole a modo de resplandeciente cuchilla.

Lo abrazaba con las manos, a la vez que lo empañaba con su aliento. Un rastro de saliva resbalaba por el torso de él, hasta que ella con su dedo anular le daba el alto, y era entonces cuando la gota mutaba su figura en su yema, cubriéndola con delicadeza.

Él no tenía la culpa de quedarse inmóvil y mudo... de observar todos los relojes con las esferas barnizadas de nicotina. Era ella la que lo vestía con ropajes variopintos e inusuales; unas veces con tonos naturales y otras con vivos colores embriagadores. Así lograba desnudarlo, a tragos , con la delicadeza del sorbo residual de los sentimientos, y con el poco acierto de los Cupidos mancos que tienen que elegir con impotencia entre el arco o la flecha.

Las cicatrices de él eran el resultado de muchas rozaduras, también de ciertos y para nada considerados abrazos. Muescas que podrían haberle herido los sinuosos labios a ella. No pasó. Pero de haber sucedido, los trazos que enmarcaban sus silencios, se hubiesen teñido de un rojo más vivo que el carmín que maquillaba sus sonrisas cautivas en aquel instante.

Le daba vueltas... sus sordos sentidos experimentaban la ley de la gravedad en estado líquido cada vez que sus muñecas giraban epilépticamente sincronizadas. Mientras él, notaba como el palmo escaso que separaba sus besos agrietados se fundía con su entrecortada respiración. Contemplaba en primer plano los destellos de sus parpadeos, a la vez que escuchaba las patadas que soltaba contra las paredes de su pecho su corazón; ese karateca acorazado, preso experimentado en fugas desde el interior de su cuerpo.

Los desfiles que calmaban la sed se sucedían una y otra vez por la pasarela de la garganta, cayendo traquea abajo. Pensé que podían no haber despertado de ese sueño; que los silencios de ambos levitasen hacia el infinito, como expresos desbocados sin raíles ni catenarias lascivas. Ella, lo podría haber robado. Nadie lo hubiese echado en falta. Viajaría siendo un reo cúbico y feliz en su bolso, rozando a cada paso su cadera...

Quizás si un involuntario e inoportuno gesto no lo hubiese arrojado al suelo y convertido en añicos, así sería... pero puede que por eso u otras razones me tocase la hora de marchar. Pagué el café tuneado con gotas de agua de fuego, y volví a colocar otra vez a los rocanroles emigrando de oreja a oreja antes de poner el píe en la acera. Aunque confieso que aún ahora, sigo creyendo, o mejor dicho, me gusta pensar que cuando pasé a su lado oí en mi imaginación una voz susurrante decir... "No me toques, ahora sí que te podrías cortar tú".

1 comentario:

Alberte Montes dijo...

"café tuneado con gotas de agua de fuego"

eres un poeta!!

apertas