jueves, 18 de febrero de 2010

" Tocata (tac-tac-tac-) & fuga "

                                                " TOCATA (tac-tac-tac) & FUGA "
Impertinente e inoportuno me resultaba ese sonar del teléfono. El tono uniforme y repelente, con sus espaciados silencios breves. Siempre tan previsibles, y careciendo de improvisación alguna.
Intenté evadirme hasta ignorar el dichoso timbre, pero la paciencia se agotaba. Daba la casualidad que se encontraba ya en el pique personal que tenía con su gemela; su antítesis. La que se añadió el "im" en su apellido al primer lloriqueo,  para dejar bien claro que sus virtudes y defectos no iban en concordancia con los parentescos de significado.
El momento en el cual la enésima llamada ya adelantaba sin previo aviso al agotamiento. Pisando la raya continua, para llegar apurando a la curva previa del abrir de párpados en primera posición.
Mis sensaciones se abrían paso como podían entre los zarandeos legañosos y las zancadillas bostezantes. Una voz identificada en mi registro cerebral horas atrás, me relataba lo que le sucedía a esa temprana, matutina, y poco común hora dominical.
Se había despertado sobresaltada. En ese instante en el que los gallos aún andan haciendo gargaras con el rocío y pulsos con Morfeo; preparando un nuevo tachón de viva voz en el calendario pintado de luna rojiza y claridad progresiva. Me contó que de repente había sentido el abrazo del desvelo. Que notó un escozor mezcla de cosquilleo y dolor en el pecho. Y que al encender la luz pudo evidenciar que la fisura tantas veces parcheada se encontraba abierta, siendo utilizada como válvula de escape. Ante su ausencia, temía no dar con su paradero y perderlo para siempre, quedándole como único recurso la compra mediante puja de otro rectificado y desconocido.
Le dije que se tranquilizase. Que el mio perpetraba huídas nocturnas casi semanalmente, y que no sería extraño que hubiesen planeado una fuga a duo. Intenté explicarle que los que salen inquietos no son fáciles de dominar, y mucho menos cambiar, aunque disimulen a veces llevando una ejemplar conducta... todo apariencias, nada de lo que renegar. Que están a la que salta, huyendo del latir sedentario, y negándose a pasar el resto de sus días con los compases en pantuflas delante del espejo borroso de un fingido cariño con elevados índices de colesterol sentimental. Que al final, ya fuese de una forma u otra, volvería cual "Pulgarcito" taquicárdico que sigue el rastro sanguineo, para asentarse en su lugar; abriéndose paso entre sus artesanales costillas.
La noté aliviada. Hice que descartase la opción de ingresarlo en un correccional a su vuelta. No serviría de nada, pues los que tienen un ritmo imposible de marcar, son de difícil inserción en la sociedad palpitante de vida ejemplar. 
Aproveché antes de colgar, y con la poca claridad que me ofrecía el sueño partido, para proponerle llevarlos en breve a los dos de expedición reanimadora con las mochilas llenas de miradas desfibrilantes. Estableciendo el campo base a dos guiños de la cima adrenalínica, y siguiendo la ruta marcada por los trazos irregulares de un cardiograma de lectura cifrada sólo para nosotros.

martes, 2 de febrero de 2010

" ¿TE PROMETÍ SECARME?... TE MENTÍ "

          " ¿TE PROMETÍ SECARME?... TE MENTÍ "

Soplé... y volví a coger aire para seguir soltándolo al segundo. Inflé de frases un ramillete de globos al sol. Inhalé el gas tóxico de tu aliento hasta ver que tenían el tono mate adecuado. Les solté amarras abriendo tu mano, mientras se quedaban pálidos como tus labios de rimel ácidamente avinagrado de ver las nubes tan de cerca.

Secuestré... y maniaté a la aguda expresión con mis hilillos de voz. Tratándola con la delicadeza que habíamos acordado en el último instante. Un todo y nada se nos hacía demasiado tentador. Intentamos que los sueños cuerdos, los abrazos sensatos, y las centradas emociones, cediesen al chantaje servido en nuestra bandeja de hojalata oxidada. Les dejamos dos opciones... la tierna y la salvaje. La primera se basaba tan sólo en retroceder a la pata coja sin mirar con el rabillo del ojo el vacío. La otra era más sencilla y factible... consistía en dejarse caer con los ojos abiertos,  por el desnivel del saliente que dibuja el arrebato en los precipicios del miedo.

Acordé... y repetí  hasta la extenaución, que no obedecería otra vez ese hábito de asentir mecánicamente y con cadencia funcionaria las consignas. Las negaciones de expresión decidida, iban a ser las directrices a seguir. Si el deseo transcurría con pasos distraidos su recorrido sofocante por el infierno, la palabra sería cedida a la hada afortunada del acierto. Negándole a mi ángel de la guarda cualquier acercamiento al cortejo de mi lisiada inspiración. Sabía que de no obedecer, ella me pondría de cara a la pared con las orejas de burro que tengo empeñadas en la casa de las meteduras de pata, y recitando una y otra vez todo el poemario de torpezas, esas desatinadas que se buscan entre los desafortunados espacios de los errores reiterativos.

Serené... y tranquilicé el carraspeo de la voz rota con una espesa capa de miel. Las frases sinceras corrían torpes con las muletas recien estrenadas. Los recursos inutiles se ponían hasta las cejas de sal y pimienta con el beneplácito facultativo y negligente de la picardia no titulada.

Incendié... y me deleité viendo como se calcinaban todas la imágenes memorizadas a cámara  lenta; disfrutando los escasos minutos en la filmoteca medio vacía de cortos de culto. Mientras, en la otra sala, proyectaban largometrajes sentimentales de guión previsible con un desenlace de caras largas y mentiras.

Disfruté... tanto como tú, cuando quemamos a lo bonzo los tempanos de hielo con las palabras ardientes. Una vez deshechos; mezclamos lo derretido con las cenizas, y pintamos lienzos en relieve hasta que nos quedamos sin pinceles. Los dejamos secar. Al amanecer estarían listos para ser subastados a precio simbólico en las ocurrentes ideas que nos vendrían grandes. Pues, por mucho que nos dijese el sastre chisposo que vestía a las musas, que con un lavado en agua caliente menguaban... ni tu fino vestido merecía quedar descolorido en un blanco glaciar, ni tampoco yo quería entallarme en el corte de la timidez textil del papel.