jueves, 28 de mayo de 2009

" CHEQUEOS "

" CHEQUEOS "

Esperar siempre fue de pacientes. Tenía que matar el tiempo, y los pies me reclamaban sus roces diarios de suelo. Me colé despreocupado por la zona restringida a dar una vuelta para despistar al reloj. Una vez allí, me paré en seco y con cautela a curiosear. Pude ver que en los quirófanos de la confianza ciega, las miradas cortantes eran las herramientas infectadas de mayor uso; bisturís de tres al cuarto, fabricados con defectuoso material, y con cierto filo de irregularidad. En la primera incisión siempre dejaban un rastro de insomne cicatriz ojerosa. En algunos casos era necesaria una segunda, pero antes había que despertar a los destellos vistosos de sus parálisis oculares.

En la unidad de quemados, la euforia y el júbilo cubrían sus llagas (vete tú a saber de qué grado), con la pomada abrasiva que le regaló en sus visitas pasadas la tristeza; marcada a fuego con el acero bronceado en llamas.

Supuse que debía descender otro piso. El panorama pintaría mejor (creía...), y no me equivocaba. En el paritorio se esforzaba la vida; desempeñando su labor de comadrona nombrada por decreto y estado embarazoso. Sudaba tinta en cantidades industriales. Mientras, la fantasía abierta de piernas, daba a luz a las tiernas fábulas de cuerpo arrugado por sus baños en líquido amniótico. Los lloriqueos eran capitulados entre los fecundos inicios del cuento. Las contracciones sincopadas en el preludio de la moraleja final.

Crucé un pasillo, apareciendo en otro pabellón; rodeados de paredes deslucidas se encontraban unos biombos negros, calculaban divisiones sin intimidades en los cocientes con restos de pudor, aunque llevando decimales arrastrados consigo. Me escudé detrás de uno y agudicé el oído... pude sentir a los corazones bombeando en calma, con una inerte regularidad, muy propia de las ritmos dictados por el metrónomo de las rutinas matrimoniales. Por el contrario, al otro lado fibrilaban en un suspensivo salto al vacío, los enclenques compases cardíacos de los que lo tuvieron en un puño y lo agarrotaron en demasié.

En planta, la situación era diferente. La austeridad se acababa de arrancar la aguja por la cual le era suministrado un suero codicioso de avaricias intravenosas y de gotero lleno. Evidenciaba una escena delatadora, sin duda. Resultaba hiriente ver el ramal de hemoglobina que descendía a vía abierta por su brazo. En la habitación contigua, la memoria padecía episódicas convulsiones de amnesia transitoria, y claro... de ahí sus lagunas mentales de cauce variable que inundaban sus recuerdos. En la cama de al lado, a la locuacidad se le habían dislocado las confesiones de largo recorrido, y ahora no tendría otra opción que sobrellevar como pudiese a sus sinceridades escayoladas en rácanas monosílabas.

Ya había pasado un buen rato. De vuelta a la sala de espera, me senté junto a los pensamientos acongojados. Yo los había traído, y ahora no podía dejarlos ahí tirados... ¿Qué clase de tutor sería entonces?. Entré con ellos de la mano
cuando los reclamaron al nombre de "Los Don Nadies" por megafonía...

- ¿Todo bien doctor?.
- Sí, nada por lo que preocuparse. Todo normal, vamos.
- Uff, , menos mal (dije, mirando con mueca cómplice a mis pensamientos).
- A la fantasía ha habido que hacerle al final una cesárea para qué
pariera la última palabra, su ocurrencia no daba mucho de sí. En cuanto al corazón, déjelo que siga
como hasta ahora; dando tumbos y viajando veloz. Sí se cae de bruces...
mercromina, alcohol, y a correr. Que no le marquen los pasos, y
en el caso de notar taquicardias... buena señal... lo que no se
mueve, acaba averiándose.
A la imaginación, procure darle de forma aleatoria su dosis
de música sin ningún tipo de compasión. El sarpullido sinestésico
de voz rota y agradable rascado, sonará como nunca con las
uñas rabiosas de la adrenalina acumulada.
En lo que respecta a confianza, memoria, euforia etc, etc... Ya tienen
reestablecidas las constantes vitales, y... eso es todo. En
recepción, asegurese de que firman el alta y lléveselos a casa, tienen sueño atrasado y dormir les vendrá bien.
- Hasta otra, entonces.
- Ah!, me olvidaba... siga dejando algo de libertad a las palabras.
Ya sabe, que salgan por ahí, que se tomen algunos tragos, que alternen entre
saliva y fonemas con las charlas amenas, de noche mejor, el metabolismo parlanchín funciona mucho más equilibrado.
- ¡Hecho!.


lunes, 11 de mayo de 2009

" BICHEJOS "

"BICHEJOS"
Me importaba muy poco el no encontrar una charca a salto de mata sobre la cual practicar la inmersión de manera vilipendiosamente salpicante.

Las tripas me estaban entonando la cantata de la hambruna en versión distorsionada, con unos coros rasposos y graves. La lengua se secaba sin remedio ante la deshidratación a la que la estaba sometiendo, de forma eventual por eso, con un estado de aridez indefinidamente agrietado.

Fue entonces cuando pude ver en el suelo húmedo ciertos manjares a los cuales hincar el diente, pese a que no fuesen sus sabores de mi agrado, pero el caso era comer algo.

El método de caza sería simple, más ramplón de lo normal, con conducta repelente, y ejerciendo de apostáta arrepentido al tener que sondear algunas veces el terreno al lado de ellos.

Tenía de todo. Gusanos profanadores de manzanas pecaminosas, dejando como trofeo intacto un corazón seco. Mantis saboreando el cigarro que calma los músculos tras la pasión, llevando a cabo homicidios post-coitum en el lecho pasional de las ramas crepúsculares del otoño. Escarabajos y ciempiés con experiencia demostrable en el arte de la cata por los tugurios de los arrabales. Pulgas que desertaban de las perreras de la coherencia, encontrando en cuarteles y comisarías un nuevo habitat uniformado de nula integridad.

Por el camino iba a encontrarme también con cucarachas diplomadas en oficiar casamientos sin verdades. Sermoneando sandeces en los púlpitos de catedrales repletas de babosas y holgazanes con títulos de realeza. Hormigas explotadas a destajo, siempre reivindicativas ante las vejaciones de sus derechos en los hormigueros embarrados del subsistir. Saltamontes impulsándose de un escaño a otro y tomando la palabra en la tribuna de la demagogia.

Hoy no era el caso, aunque sí lo que mejor me sentaba, pero... respetaría la veda, no fuese que se extinguieran esas garrapatas que no precisan de la cola de impacto para aferrarse bien a la píel de los noctámbulos, los cuales siempre llegan puntuales a las puestas de sol, y que ni por asomo se pierden la lección que imparte el sabio destino en los abrevaderos de la granujería.

Curiosamente mi instintiva hambruna me concedió una tregua. No iba a engullir nada de lo que veía. Unos me podían sentar mal hasta el envenenamiento; con otros hasta podría acabar tomando un trago. Tampoco entraba en la hoja de ruta los baños en insecticida, por el bien del medio ambiente.

Al final, lo sensato será untar mi lengua con un ramo de ortigas, y croar un poco por lo bajini del picor... gajes de la natura.

domingo, 10 de mayo de 2009

POSA VASOS SIN BARRERAS

" POSA VASOS SIN BARRERAS "

Mis pasos dormidos me habían llevado hasta aquella mesa. Necesitaba la dosis de cafeína de rigor para acelerar un poco los despertares del caer la tarde. Por mis auriculares se enredaban notas con frases adaptables a ilimitados personajes, y a otros que como yo, transitan con esas canciones a cuestas, como lo hace el caracol que carga constantemente con su concha.

De repente me fijé en algo (cosa muy habitual en mí)... puede que por curiosidad, o tal vez por el simple hecho de marear a la indiferencia de lo que me rodea en cualquier habitáculo de ciertos metros cuadrados y botellas colgando cómo murciélagos... observé de forma poco disimulada que a dos mesas por delante de mi espacio de inspiración, unos ojos negros tatuaban miradas fijas y penetrantes con tinta endelebre. Su iris violaba la intimidad de él, atravesándole a modo de resplandeciente cuchilla.

Lo abrazaba con las manos, a la vez que lo empañaba con su aliento. Un rastro de saliva resbalaba por el torso de él, hasta que ella con su dedo anular le daba el alto, y era entonces cuando la gota mutaba su figura en su yema, cubriéndola con delicadeza.

Él no tenía la culpa de quedarse inmóvil y mudo... de observar todos los relojes con las esferas barnizadas de nicotina. Era ella la que lo vestía con ropajes variopintos e inusuales; unas veces con tonos naturales y otras con vivos colores embriagadores. Así lograba desnudarlo, a tragos , con la delicadeza del sorbo residual de los sentimientos, y con el poco acierto de los Cupidos mancos que tienen que elegir con impotencia entre el arco o la flecha.

Las cicatrices de él eran el resultado de muchas rozaduras, también de ciertos y para nada considerados abrazos. Muescas que podrían haberle herido los sinuosos labios a ella. No pasó. Pero de haber sucedido, los trazos que enmarcaban sus silencios, se hubiesen teñido de un rojo más vivo que el carmín que maquillaba sus sonrisas cautivas en aquel instante.

Le daba vueltas... sus sordos sentidos experimentaban la ley de la gravedad en estado líquido cada vez que sus muñecas giraban epilépticamente sincronizadas. Mientras él, notaba como el palmo escaso que separaba sus besos agrietados se fundía con su entrecortada respiración. Contemplaba en primer plano los destellos de sus parpadeos, a la vez que escuchaba las patadas que soltaba contra las paredes de su pecho su corazón; ese karateca acorazado, preso experimentado en fugas desde el interior de su cuerpo.

Los desfiles que calmaban la sed se sucedían una y otra vez por la pasarela de la garganta, cayendo traquea abajo. Pensé que podían no haber despertado de ese sueño; que los silencios de ambos levitasen hacia el infinito, como expresos desbocados sin raíles ni catenarias lascivas. Ella, lo podría haber robado. Nadie lo hubiese echado en falta. Viajaría siendo un reo cúbico y feliz en su bolso, rozando a cada paso su cadera...

Quizás si un involuntario e inoportuno gesto no lo hubiese arrojado al suelo y convertido en añicos, así sería... pero puede que por eso u otras razones me tocase la hora de marchar. Pagué el café tuneado con gotas de agua de fuego, y volví a colocar otra vez a los rocanroles emigrando de oreja a oreja antes de poner el píe en la acera. Aunque confieso que aún ahora, sigo creyendo, o mejor dicho, me gusta pensar que cuando pasé a su lado oí en mi imaginación una voz susurrante decir... "No me toques, ahora sí que te podrías cortar tú".