martes, 2 de febrero de 2010

" ¿TE PROMETÍ SECARME?... TE MENTÍ "

          " ¿TE PROMETÍ SECARME?... TE MENTÍ "

Soplé... y volví a coger aire para seguir soltándolo al segundo. Inflé de frases un ramillete de globos al sol. Inhalé el gas tóxico de tu aliento hasta ver que tenían el tono mate adecuado. Les solté amarras abriendo tu mano, mientras se quedaban pálidos como tus labios de rimel ácidamente avinagrado de ver las nubes tan de cerca.

Secuestré... y maniaté a la aguda expresión con mis hilillos de voz. Tratándola con la delicadeza que habíamos acordado en el último instante. Un todo y nada se nos hacía demasiado tentador. Intentamos que los sueños cuerdos, los abrazos sensatos, y las centradas emociones, cediesen al chantaje servido en nuestra bandeja de hojalata oxidada. Les dejamos dos opciones... la tierna y la salvaje. La primera se basaba tan sólo en retroceder a la pata coja sin mirar con el rabillo del ojo el vacío. La otra era más sencilla y factible... consistía en dejarse caer con los ojos abiertos,  por el desnivel del saliente que dibuja el arrebato en los precipicios del miedo.

Acordé... y repetí  hasta la extenaución, que no obedecería otra vez ese hábito de asentir mecánicamente y con cadencia funcionaria las consignas. Las negaciones de expresión decidida, iban a ser las directrices a seguir. Si el deseo transcurría con pasos distraidos su recorrido sofocante por el infierno, la palabra sería cedida a la hada afortunada del acierto. Negándole a mi ángel de la guarda cualquier acercamiento al cortejo de mi lisiada inspiración. Sabía que de no obedecer, ella me pondría de cara a la pared con las orejas de burro que tengo empeñadas en la casa de las meteduras de pata, y recitando una y otra vez todo el poemario de torpezas, esas desatinadas que se buscan entre los desafortunados espacios de los errores reiterativos.

Serené... y tranquilicé el carraspeo de la voz rota con una espesa capa de miel. Las frases sinceras corrían torpes con las muletas recien estrenadas. Los recursos inutiles se ponían hasta las cejas de sal y pimienta con el beneplácito facultativo y negligente de la picardia no titulada.

Incendié... y me deleité viendo como se calcinaban todas la imágenes memorizadas a cámara  lenta; disfrutando los escasos minutos en la filmoteca medio vacía de cortos de culto. Mientras, en la otra sala, proyectaban largometrajes sentimentales de guión previsible con un desenlace de caras largas y mentiras.

Disfruté... tanto como tú, cuando quemamos a lo bonzo los tempanos de hielo con las palabras ardientes. Una vez deshechos; mezclamos lo derretido con las cenizas, y pintamos lienzos en relieve hasta que nos quedamos sin pinceles. Los dejamos secar. Al amanecer estarían listos para ser subastados a precio simbólico en las ocurrentes ideas que nos vendrían grandes. Pues, por mucho que nos dijese el sastre chisposo que vestía a las musas, que con un lavado en agua caliente menguaban... ni tu fino vestido merecía quedar descolorido en un blanco glaciar, ni tampoco yo quería entallarme en el corte de la timidez textil del papel.

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